viernes, 13 de mayo de 2016

Theon Greyjoy.

Primero.
Los primeros días en la perrera intentó moverse para evitar calambres en sus atrofiados músculos pero después de un tiempo desistió, le resultaba imposible desplazarse en un espacio tan reducido.
Sus extremidades chocaban entre sí de manera permanente sin importar la postura que su cuerpo adquiriera, encorvado en esa jaula se veía como una criatura desproporcionada.
Estaba terriblemente delgado, tenía los labios agrietados, sus mejillas se hundían y unas profundas ojeras enmarcaban sus ojos dándole un aspecto de vejez prematura.
La mugre se anidaba en sus cabellos, las liendres le picaban obligándolo a rascarse hasta sangrar, solía usar sus uñas roídas y sucias para destazar lo que tocaba, cualquier cosa que pudiera brindarle una fuente de alimento, consumía todo incluidos los pellejos secos de las ratas, siempre procurando no dejar rastros.
Sus labores para los Bolton eran variadas y humillantes, terminaba vencido después de cada jornada. Esa tarde se recostó sobre la inmundicia que le servía de cama, entre insectos y desperdicios, una mosca se posó en su rostro quiso mover la mano para ahuyentarla pero el entumecimiento en sus dedos y la fatiga no se lo permitieron.
Ni siquiera los ladridos le alertaron, estaba acostumbrado a ellos y para cuando despertó su celda ya se encontraba abierta.
—¿Theon?
Abrió los ojos de golpe al escuchar ese nombre, un asfixiante malestar inundó su pecho como si una serpiente estrangulara su corazón, levantó la cabeza agitado, transpiraba en exceso y había en sus ojos un brillo despavorido.
—No deberías estar aquí.
Balbuceó Reek ante una desconcertada Sansa, sin duda tenía mucho más que decir, pero estaba atado por tremendos lazos de silencio y lealtad hacía su amo Ramsay.

Segundo.



Un camino blanco e indómito se formaba a los alrededores del castillo, avanzaron por esa vía tortuosa y durante el trayecto no se encontraron con ningún ser humano, era una soledad fría, sin límites, un laberinto invernal.
Theon estaba alerta a cualquier signo de cansancio o dolor que se asomara por el rostro de la joven pero ella se hallaba con la mirada perdida dejándose guiar por el.
Pronto el penetrante aullido de los perros los alcanzó, él podía adivinar por sus ladridos la espuma brotando de sus hocicos y la sangre inyectando sus coléricos ojos.
Debían cruzar el río de hielo y ocultar su rastro, sin embargo ante el gesto reacio de Sansa se detuvieron, la observo lo que duró un titubeo y tomó su mano para animarle a continuar, el agua helada se introdujo en sus huesos y en su alma, con las pocas fuerzas que aún conservaban sacudieron la escarcha de su ropa y apresuraron el paso moviendo pesadamente sus entumecidas piernas.



Escondidos a lado del hueco de aquel tronco Theon contempló a la hija mayor de Lord Eddard, una ansiedad tremenda oprimía su pecho al verla tan desolada, pensaba en la magnitud de su pérdida, infinitas voces acudieron a su mente, Sansa no volvería a recorrer las calles de su infancia, no vería el perfil de las montañas de Invernalia al atardecer, no hallaría consuelo bajo el arciano, no escucharía el arrullo del bosque y no tendría el aroma de la lluvia fundiéndose en sus tierras.
No solo había perdido a sus padres y a sus hermanos, había perdido su hogar, la rodeo con sus brazos seguro de que su voluntad no sería suficiente para salvar a ambos pero decidido a preservarla de todo mal hasta el final de su vida.

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